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domingo, 24 de marzo de 2013


Antesala al golpe de 1976
Para que existiera un 24 de Marzo de 1976, existió esto



Tiempos difíciles y algunas palabras comunes en esos días , Montoneros, E.R.P, comandos civiles, Lopez Rega, atentados, secuestros, fusilamientos, Isabelita, tripe A, Rodrigazo, Campora al gobierno, Monte tucumano, Peronismo de derecha, peronismo de izquierda, Rucci, Ezeiza ,Favio, cárcel del pueblo, Aramburu, Libia, panfletos, Kadaffi,  bombas cazabobos, pan dulce, Viejobueno, copamiento, colegio tomado, represión, Abal Medina, Santucho, Vaca Narvaja, Firmerich, Larrabure, Viola, Pedernera, Comando de sanidad, guerrilla, exilio y dictadura… sin final feliz.

El material reproducido en esta sección pertenece al libro Masacre de Pasco de la docente e investigadora Patricia Miriam Rodríguez Heidecker, cuya exhaustiva investigación corrigió datos históricos erróneos sobre aquellos sucesos que los medios de difusión, incluido este sitio, reprodujeron durante décadas, ante la carencia de una información completa y rigurosa. Agradecemos la generosidad de la autora tanto por el contenido de texto como gráfico y animamos a los lectores e interesados a leer el libro completo, que puede conseguirse, entre otros sitios, en la Librería de las Madres, Hipólito Irigoyen 1584, Buenos Aires.
Contacto: Patricia Miriam Rodríguez Heidecker
patritem@hotmail.com


La masacre de Pasco
El 21 de marzo de 1975 a las 21.30 hs, ocho vehículos, varios Ford Falcon color gris, otros negros, también Torinos blancos, frenaron intempestivamente en la calle Donato Álvarez, a escasos metros de la Avenida Pasco, en el barrio San José de Temperley. Algunos autos llevaban balizas sobre el techo, al igual que los utilizados por la policía, otros traían valijas sobre el portaequipajes. Los automóviles transportaban entre quince y veinte personas de civil con capuchas negras. Llamativamente, uno llevaba una máscara de carnaval y otros dos la cara descubierta.

Sobre la calle Donato Álvarez, la gente de la zona solía acudir al Bar El Recreo, porque también funcionaba como almacén, aunque fundamentalmente como lugar de encuentro de parroquianos. Lo atendía Don Pascual, un italiano que decía haber hablado con Perón. Esa noche de verano la rutina del boliche se vio interrumpida por la entrada inesperada, violenta de los encapuchados. Llevaban armas largas y cortas de distinto calibre, entre ellas itakas, pistolas y ametralladoras que usaron para apuntar a Don Pascual y al mozo, Luis Ortiz, los amenazaron de muerte, gritaban preguntando por Lencina, lo miraban al mozo Luis Ortiz. El concejal no estaba allí, fue la respuesta del empleado, por eso arremetieron con ráfagas de ametralladoras sobre las paredes, el mostrador, la estantería, la heladera del establecimiento, mientras rompían mesas y sillas. Pero antes de retirarse robaron relojes, dinero y otros objetos de valor a los presentes. También según el parte policial de la época se apropiaron de un colectivo.

Héctor Lencina, Coca, y Alejandro, el hijo de ambos vivían en Donato Álvarez 47, justo al lado del bar. Un largo pasillo conducía al departamento del concejal.

Esa tarde, Hugo Sandoval y Héctor se habían encontrado. Ellos compartían mucho tiempo juntos, actividades, reuniones, asambleas. A veces la gente les cambiaba el nombre para señalar desde el humor la entrañable amistad, casi simbiótica que los unía. Esa tarde se habían abocado a los quehaceres propios de sus cargos, ya que ese día no había sesión en el Concejo Deliberante. Terminada la tarea, se separaron.

Estaba oscureciendo cuando Héctor decidió invitar a otro compañero, Aníbal Benítez, cafetero del Concejo Deliberante de Lomas de Zamora y a su esposa a cenar en su casa. El matrimonio llevó a la bebita de ambos, recién nacida. La idea era reunirse para mirar un partido de fútbol. Jugaba Independiente y Chacarita, lo televisaban. Aníbal y Héctor aprovecharon el momento de distensión para ver el partido, los acompañaban Gloria, la esposa de Aníbal Benítez, Cristina Rapari y Alejandro Lencina. Cristina Rapari cuidaba al niño de sólo 4 años cuando Coca Rapari se ausentaba.

La tranquilidad doméstica fue interrumpida por unos hombres con máscaras que ingresaron violentamente en Donato Álvarez 47, se apoderaron del edil y de su amigo Aníbal Benítez, los introdujeron por la fuerza en uno de los autos, mientras otros revisaban el departamento buscando papeles, información que se llevaron. Destruyeron casi totalmente el lugar, luego arrojaron bombas incendiarias. Durante la gran confusión, Cristina Rapari, tía de Alejandro, lo tomó fuertemente y junto a Gloria Benítez corrieron para resguardarse de la lluvia de balas que se había desatado dentro de la vivienda. Un rato antes, Cristina había forcejeado con los captores, decididos a llevársela. Se salvó porque uno de ellos gritó que no era Coca Rapari, a quien buscaban.

En esos días Hilda Coca Rapari de Lencina debía viajar a Córdoba y resultaba necesario organizar una reunión política con los militantes de la zona. Había que conseguir una casa para el encuentro y Chavella (militante de la JP desaparecida) era la encargada, pero cuando llegaron a Pasco y Santa Ana, Chavella le informó que no había logrado dar con una casa. Eso la preocupó mucho, porque debía viajar y no podía levantar la reunión, para colmo un miedo terrible se había apoderado de ella. Le confesó a Claudia Istueta (militante-desaparecida de la JP) con quien caminaba hacia la casa de Mirta Musante (militante-desaparecida de la JP) el feo presentimiento que tenía, de que algo malo iba a ocurrir. Al rato, de vuelta al hogar, Coca tomó el colectivo y decidió bajar unas cuadras antes de Donato Álvarez para observar si la seguían, porque esa era la consigna que usaban para protección propia y de los familiares. Esa noche, de regreso le pidió a Claudia Istueta que la acompañara hasta la barrera de Pasco y Caaguazú porque se sentía aterrorizada. Eran las 10 hs. de la noche y Pasco era un caos, se veía un gran embotellamiento de autos. Presa de la desesperación comenzó a correr y cuando estaba llegando, algunos de los vecinos le dijeron que no fuera a su casa porque aparentemente unos ladrones habían entrado. Desde donde estaba escuchó tiros y no tuvo dudas de que se trataba de la AAA.


Coca seguía avanzando por Pasco, aunque en realidad quería escapar por miedo a lo que iba a encontrar y a la altura de Pasco al 4600, justo donde estaba ubicada la Unidad Básica 22 de agosto vio a la caravana de la AAA detenerse.

Más tarde los vecinos le contaron que la patota entró tiroteando con ametralladoras y gritándole a Héctor que se entregara o sino mataban a Alejandro. En un principio, había logrado escapar por el techo, ya que la parte de atrás de la casa no estaba cercada, pero cuando escuchó que amenazaban con matar a Alejandro decidió entregarse.

Mientras los vecinos llamaban a los Bomberos Voluntarios de Bernal que al poco tiempo acudieron para extinguir las llamas, sin resultados, porque no lograron evitar la destrucción de la vivienda; la patota se detenía en la avenida Pasco al 4600 donde vivía la vicepresidenta del Concejo Deliberante, Irma Santa Cruz. La misma metodología de barbarie se repitió en todos los casos, los parapoliciales ingresaron violentamente, destruyendo puertas, ventanas. Allí capturaron a Héctor Flores, ex-secretario de la concejal Irma Santa Cruz, lo obligaron a ingresar a uno de los automóviles, mientras el resto del grupo revisaba la casa y se llevaba documentación y varios objetos de valor. Héctor Flores pertenecía a la agrupación “Patria soberana” de Osvaldo Mércuri. Militaba en el barrio Los Pinos de LLavallol, había participado y organizado sucesivas marchas al Ministerio de Bienestar Social, cuya autoridad máxima era El Brujo López Rega con el propósito de conseguir las escrituras de los departamentos.

Esa noche, Héctor Flores había sido convocado a una reunión en el barrio San José, no estaba organizada de antemano, recibió un llamado en la casa de su madre a último momento. Flores había sido el secretario de Irma Santa Cruz hasta diciembre de 1974, estaba en la casa de ella cuando irrumpió la patota. Intentó escapar, defenderse, pero se entregó sin oponer resistencia, porque temía por la vida de Héctor Ricardo, su hijo mayor, quien lo acompañaba y a quien tenían de rehén. La banda de la Triple A amenazó a Flores con matar al niño. Esto motivó la entrega sin resistencia. Padre e hijo se cruzaron cuando liberaron al muchacho quien comenzó a correr mientras escuchaba los tiros. El niño estuvo gran parte de la noche dando vueltas por Donato Álvarez. Pasaron más de treinta años y aún persisten, en su cabeza, imágenes traumáticas de aquella noche. Héctor Ricardo no habla, sólo gesticula. Los hermanos Flores viven en el mismo barrio de la infancia, pero ni remotamente se comunican, el horror los fragmentó.

A continuación, la banda armada se dirigió a las calles Sargento Fariña y Pasco, al lado del departamento de Irma donde funcionaba hasta hacía unos pocos meses atrás, la Unidad Básica 22 de agosto, un lugar emblemático para la Tendencia Revolucionaria de San José, porque desde allí se centralizaban las actividades políticas de la zona. Los hombres encapuchados revisaron minuciosamente el local, secuestraron documentación y luego lo ametrallaron. La caravana de automóviles se puso en marcha por la avenida Pasco y desde uno de los autos abrieron fuego contra un automóvil Rambler, año 1963 con patente oficial y una inscripción que rezaba “Vicepresidente del Concejo Deliberante de Lomas de Zamora”, propiedad de la concejal del FREJULI, Irma Santa Cruz.


La osadía de construir poder popular. Este trabajo recopila testimonios de diferentes actuantes-protagonistas del proceso político, cultural y social de Lomas de Zamora durante las décadas del 60-70. Rearma la trama social en los diferentes espacios donde se resistía al poder hegemónico: los barrios, la Universidad, las Fábricas, las Escuelas; todos estos, escenarios en donde se reprodujeron los acontecimientos acaecidos a nivel nacional. La compilación se enmarca en un breve relato del clima político vivenciado en el resto del mundo: las luchas por la liberación que encuadraron los sucesos históricos más importantes de aquel tiempo en nuestro país, en nuestra localidad. Reconstruye las identidades y las especificidades del tejido social y local que se fueron organizando a partir de las necesidades básicas insatisfechas como el asfalto, la luz eléctrica, el agua corriente. Rearma el proceso que partió del vínculo con el otro en la cuadra, la Sociedad de Fomento, la Iglesia, la Fábrica, la Escuela y que derivó hacia la toma de posiciones políticas definidas. Refleja cómo la participación desde lo colectivo hizo posible la construcción de un sujeto social, con una identidad propia que fue creciendo al amparo de las luchas que cuestionaban el orden desigual e injusto, pero también las relaciones cotidianas familiares, escolares, religiosas, de pareja. También recupera, a través de testimonios, las identidades silenciadas de los compañeros secuestrados-desaparecidos de Lomas de Zamora
Por último plantea la idea de que la memoria no tiene olvido, reaparece cuantas veces es clausurada y negada. Tampoco es única, porque los recuerdos son pequeños y contrapuestos fragmentos de la realidad, por lo tanto propone el desafío de juntar esos fragmentos desde la diversidad, haciendo una sincera evaluación a partir de interrogar al pasado desde el presente.

TESTIMONIOS DE VECINOS
 “Todas las tardes, después de que llegaba de su trabajo, y aun jubilado salía a la puerta, arreglaba el jardín. Esa era su costumbre. En el atardecer del 21 de marzo del ’75 mi papá se dirigió a la puerta, como siempre, y pudo ver cuando llegaron varias personas en distintos autos, entraron en el baldío de la calle Santiago del Estero y Amenedo, y arrojaron las bombas que fragmentaron los cuerpos de aquellos que fueron secuestrados y muertos por la Triple A en la llamada Masacre de Pasco. A partir de ese momento, mi papá fue perseguido aún más. Venía a casa lastimado. Ellos simulaban que lo asaltaban en el colectivo.” Este es uno de los relatos que forman parte del primer libro de Patricia Rodríguez, Las ideas no se matan, que concentra cerca de 50 historias de militantes y referentes sociales y políticos desaparecidos que fueron protagonistas de la historia de Temperley, en el sur del conurbano bonaerense, durante el Proceso. Muchos de ellos perdieron la vida durante la Masacre de Pasco o fueron integrantes de la División Perdida del colegio ENAM. Más información

Ya había muestras de sobresalto entre los pobladores de la zona. Varios salieron de sus viviendas para averiguar qué estaba ocurriendo, mientras otros observaban cautelosos detrás de las persianas. Según testigos, los terroristas, a punto de pistola obligaron a varios de los vecinos a despejar la calle y permanecer dentro de sus casas.

Mientras tanto, en el Concejo Deliberante, esa noche se iba a presentar en sesión ordinaria, el proyecto de Ley: “Ampliación del cementerio municipal” cuyo autor Jorge Infantino del Partido Federal proponía utilizar las dieciséis hectáreas del Campo Tongui para crear un cementerio similar al de la Recoleta,, cobrando honorarios por su uso y paralelamente, el cementerio municipal tradicional, gratuito. Carmelo Pellegrini, concejal por la UCR, en cambio planteó trasladar el cementerio a Garibaldi al 3000. Calabró, el gobernador había cedido el alambre perimetral, la vereda y se le pediría la extensión del agua corriente para concretar alguno de los dos proyectos. Sin embargo, Sandoval, concejal de la JP recuerda que ese día no hubo sesión en el Consejo Deliberante.

Duhalde quería tratar el tema según relata Infantino, pero hacía falta un concejal, así que Julio Sibara (Subsecretario del Concejo Deliberante) fue a buscar a Irma Santa Cruz, porque hacía falta dar quórum. Alrededor de las 20.00 hs de la noche la había ido a buscar. En su casa se habían quedado Héctor Flores y su hijo junto a la hija, el yerno y la nieta de Irma, mirando un partido de fútbol. Cuando regresó de la sesión en el Concejo Deliberante, cerca de la medianoche, vio su auto corrido de lugar, en el carril de enfrente y pensó: “Mi yerno corrió el auto”.

Julio Sibara la acompañaba y ni bien se iban acercando vieron el coche totalmente baleado, las gomas desinfladas, las ventanas rotas. Cruzó la calle, se dirigió a abrir la puerta de su casa, mientras Julio Sibara, le decía que no lo hiciera. La hija de Irma vivía en una casa que colindaba por el fondo con la suya, allí no encontró a nadie, tampoco en la calle ni en su casa. A eso de la 23.00 hs fueron con Julio a la comisaría que estaba cerrada, los atendieron por una ventanita. Luego los hicieron ingresar y se encontraron con el padre de los hermanos Díaz y un hijo de éste. El Sr. Díaz les preguntó:

-¿Ustedes vienen por lo mismo?
-¿Lo mismo qué…?- contestó Irma
-Por los chicos que se llevaron-agregó el Sr Díaz
-Yo no sé nada-respondió la concejal
-Se llevaron a Lencina, Flores, Germán, mis hijos-aclaró el Sr Díaz

Irma estaba preocupada por su hija, porque no la había visto.

Le pidió a Julio que la acompañara hasta su casa y un policía le sugirió que mejor no fuera, porque quizás todavía estaban ahí. Entonces les exigió a los policías que le dieran una custodia para su casa. Le contestaron que no había policías porque todos estaban afectados a la Masacre.

Julio e Irma regresaron a la casa. Ella le pidió a Julio que caminaran juntos hasta la casa de los padres de su yerno, pensando que quizás se habían refugiado ahí, pero el padre les dijo que no sabía nada, que sólo había escuchado tiros.

Posteriormente se dirigieron a la casa de Coca, en Donato Álvarez. Allí vieron mucha gente agolpada y muchos policías. Entró al domicilio de Coca y observó pasmada todo el desastre que habían hecho, habían baleado la heladera, la cocina, prendieron fuego a toda la casa. Cuando salió alguien le avisó que su hija estaba con Doña Teresa, la vecina de enfrente. Rápidamente se dirigió hasta la casa de su vecina, se reencontró con su hija quien le contó que se habían llevado a Flores y que la patota pretendía que su yerno los transportara en el auto, pero como no pudo manejar, porque estaba muy nervioso, lo dejaron. Contó que se presentaron como policías, estaban algunos encapuchados, llevaban el pelo corto, eran muy grandotes. Revisaron toda la casa, los obligaron a acostarse boca abajo en las camas. Cuando golpearon la puerta, Flores tenía un revólver arriba del televisor y en el momento de abrir la puerta portaba el arma en la mano, pero lo agarraron igual. Cuando la banda terrorista se retiró, Doña Teresa les ofreció su casa para resguardarse y para que estuvieran seguros.

Al rato, Irma partió con Sibara hacia la casa de Sandoval, concejal de la Juventud Peronista, porque debía avisarle lo sucedido.

La siguiente etapa de la cadena de secuestros fue una finca ubicada entre las calles Lules y El Hornero, allí se apoderaron de los hermanos Alfredo Díaz y Rubén Eduardo Díaz de 18 y 16 años, respectivamente, los que pasaron a engrosar el contingente de cautivos dentro de los automóviles.
También introdujeron en los vehículos a Pedro Rubén Maguna y Germán Gómez donde ya se encontraban Lencina, Benítez y Flores.

Del mismo modo, los terroristas derribaron la puerta de entrada de la casa de Germán Gómez, se apoderaron de papeles, publicaciones y otros objetos. Luego destruyeron los muebles y artefactos domésticos con ráfagas de ametralladora antes de abandonar la vivienda.

Esa tarde del 21 de marzo, casi de noche, los Díaz habían organizado un asado en la casa de Germán Gómez. Había un partido de fútbol y decidieron ir a verlo a la casa de Germán, el padre de los Díaz, los hermanos Díaz y Puchero. Todos eran del barrio, se conocían casi de la niñez.

Esa noche, el mayor de los Díaz se había retirado de la reunión por unos segundos, porque había ido a saludar a su cuñado que había venido de Florencio Varela a visitarlos. La casa de los Díaz quedaba a unas pocas cuadras de la vivienda de Germán, casi a la vuelta, en el trayecto escuchó disparos. En el momento en el que regresó a la casa de Germán, durante el camino, un vecino lo tironeó y lo introdujo en su casa. El hombre había presenciado el operativo en la cuadra y su intención era resguardar a Díaz. Ya a salvo, dentro de la vivienda del vecino, observó detrás de la ventana cómo pasaban militares que vestían uniforme de gendarmería controlando los movimientos en el barrio. También vio a gente de civil como parte del operativo y escuchó ruidos de sirenas, iguales a las que usaba la policía.

Con posterioridad se enteró que en ese ínterin en el cual estuvo ausente, sus hermanos Alfredo y Eduardo regresaban asustados, corriendo rumbo a la casa de Germán, porque habían presenciado el secuestro y los destrozos ocurridos en el departamento de Lencina, a unas escasas tres cuadras. Seguidamente, hubo un despliegue de autos, también de un colectivo. Todos los vehículos se detuvieron en la casa de Germán, venían a buscarlo y al ver a los hermanos Díaz que corrían hacia la casa de este, los interceptaron y los detuvieron para que no alertaran a los demás. Con el tiempo y atando cabos, los Díaz llegaron a la conclusión de que Alfredo y Eduardo reconocieron a alguien, por eso los secuestraron.

Los vecinos les contaron que en el momento en el que se llevaron a Germán y lo introdujeron en el colectivo, éste gritó:”Eras vos, flaco hijo de puta…”, “Bajen a los pibes que no tienen nada que ver”. Aparentemente se refería a un policía soplón que vivía en la calle Monteros de apellido Salazar que trabajaba en la Comisaría 1era de Lanús. Los propios vecinos de Salazar, tiempo después les relataron a los Díaz que cada vez que el policía se peleaba con su mujer, ella le gritaba: “Asesino, hiciste matar a los Díaz”.



Germán sentía un odio visceral hacia los policías y militares. En varias oportunidades había discutido con Salazar, sin abusar de su capacidad de boxeador. Los Díaz ignoraban si hubo enfrentamiento físico. Sí, sabían que Salazar era un tipo soberbio, autoritario, finalmente emigró a Paraguay hace más de 20 años.

Cuando Díaz llegó a la casa de Germán se encontró con Oscar, uno de sus hermanos, totalmente lastimado, le habían pegado un culatazo, también halló a Puchero muy golpeado. Les habían ordenado tirarse boca abajo, a su padre, su hermano Sergio de once años, a Oscar de 22 años, a Puchero, a la esposa de Germán y a las hijas.

Cerca de las once de la noche, buscó los documentos de sus hermanos y se encaminó a la comisaría de San José para suplicarles que salieran a buscarlos. Ellos se excusaron diciendo que no contaban con unidades. Agregaron que posiblemente el operativo fuera de la propia policía. Mientras estuvo en la comisaría escuchó el ruido de la dinamita estallando sobre los cuerpos de todos ellos.

Al lado de la casa de Germán vivía la familia Maguna. Cacho era el apodo con el que conocían en el barrio a Rubén Maguna, un joven que había intentado cumplir lo más cómodamente posible el servicio militar forzoso, alistándose en las fuerzas policiales. Concluida la obligación comenzó a trabajar en una metalúrgica de la calle Pasco. Se había casado no hacía mucho, su esposa estaba embarazada cuando irrumpieron en el domicilio de la pareja. Algunos dijeron que estaban buscando a un tal Chacho y lo confundieron a Rubén por su apodo Cacho. La patota utilizó la misma metodología de destrucción y violencia con la familia Maguna. Rubén no resistió ver el maltrato que ejercían sobre su esposa embarazada, reaccionó defendiéndola, entonces los encapuchados se lo llevaron.

LA TRIPE A MASACRA EN ALTE BROWN

Continuando con el raid de atentados en cadena, los coches de la patota se dirigieron seguidamente a una vivienda ubicada en la calle Amenedo al 3900 casi esquina Santiago del Estero, barrio San José, ya en jurisdicción de José Mármol, partido de Almirante Brown y a no muchas cuadras de los lugares antes registrados, en donde entraron con el mismo despliegue de violencia que en los casos anteriores.
Calle Sanchez y Santiago del Estero San Jose en la actualidad

En esa vivienda de la calle Amenedo, que constaba de una sola habitación de mampostería vivían Guillermo Omar Caferatta, maestro mayor de obra con su concubina Gladys Martínez de 21 años, empleada doméstica. Esa noche, Omar Guillermo Caferatta no se encontraba en el lugar. Su hijo afirma que unos pocos días antes había viajado a Australia en búsqueda de un bienestar económico para la pareja. Caferatta falleció en Australia, en el año 1993 de muerte natural.

Los vecinos relataron a los periodistas que se congregaron en el lugar esa mañana, que los obligaron a ingresar por la fuerza a sus respectivas viviendas. Mientras tanto Gladys resistió como pudo, dando vivas voces de auxilio por lo que fue baleada y rematada ferozmente en el interior de la vivienda. El cadáver de la mujer fue hallado tendido sobre la cama junto a dos artefactos explosivos que no estallaron.



Finalmente concluyeron la serie de capturas, entonces la caravana de automóviles siguió viaje con los siete secuestrados hasta detenerse en la calle Santiago del Estero y Sánchez, a una cuadra de la vivienda de Caferatta. Los hombres fueron bajados a empujones y colocados sobre la calle de tierra. El movimiento inusual en ese tranquilo barrio, determinó que salieran a la puerta de sus casas muchos vecinos, que en ese momento veían algún programa de televisión o se aprestaban a dormir, pero los asesinos los obligaron a retornar a sus casas amenazándolos con sus armas, aparentemente el que parecía dar las órdenes a los comandos los intimaron para que se replegaran dentro de sus casas.

Allí, mediante el empleo de diversas armas, los siete secuestrados fueron obligados a arrodillarse. Se escuchó la voz de uno de ellos que gritaba que si lo tenían que matar lo hicieran de pie. Otra voz gritó: “Viva la patria”.

Los balearon hasta que cayeron acribillados. Por último colocaron los cuerpos juntos e hicieron estallar dos poderosas granadas que al detonar hicieron volar los cuerpos, arrojando a gran distancia a varios de los cadáveres horriblemente mutilados La carga habría sido colocada junto al cuerpo del concejal Lencina, ya que éste apareció horrorosamente mutilado. Su cuerpo, al ser proyectado hacia arriba cayó sobre un cable eléctrico provocando un corte de energía en un amplio radio del lugar.

En la intersección de las calles Sánchez y Santiago del Estero yacía uno de los cuerpos, únicamente con el tronco, sin extremidades, asimismo a unos 40 metros de dicho lugar sobre la calle Canale, junto al pilar de la última finca, otro cuerpo presentaba únicamente la parte superior del tronco faltándole en consecuencia, el resto de los miembros. Además a unos 25 metros de la intersección de dichas calzadas, sobre Santiago del Estero y junto al alambrado de una finca, yacía un cuerpo completamente destrozado, hallándose asimismo, diseminados por las inmediaciones restos de extremidades de los cadáveres mencionados.

Dos cráteres producidos por los artefactos explosivos que originó la mutilación de los cadáveres se veían sobre la calle de tierra.

Según el relato de los propios vecinos, la onda expansiva provocó la rotura de cristales hasta diez cuadras a la redonda. Otro vecino del matrimonio Caferatta refería que la explosión había causado la rotura del televisor.

Los autores del asesinato concluyeron su macabra tarea colocando cerca de los cuerpos destrozados, sobre un baldío, una bandera de 2mts de largo por 0,65 cm de alto, color blanca con la siguiente inscripción: “Fuimos Montoneros, fuimos del ERP” en aerosol rojo y un estrella de seis puntas. La inscripción hacía referencia a la ideología de los asesinados, a quienes según ese texto se los señaló como miembros de la agrupación autoproscripta y de la organización declarada ilegal.


Poco tiempo después de la fuerte explosión, mientras llegaban los efectivos policiales a tres cuartos de hora de iniciarse el operativo, según una estimación había un millar de parroquianos angustiados y ansiosos por averiguar lo que había sucedido, todos ellos cubrían la calzada. Se encontraron entonces con un horroroso espectáculo, los cuerpos de los siete hombres secuestrados estaban completamente mutilados.

Intervinieron efectivos policiales de la Unidad Regional de Lanús, y ocho patrulleros de las Comisarías de Temperley y Adrogué, cuyos efectivos fueron tomando datos del sangriento raid, tanto en el bar el Recreo como en los domicilios del concejal Lencina, de la concejal Santa Cruz, de Germán Gómez, Rubén Maguna, Caferatta y en la misma unidad básica donde se concretó la incursión. Hallaron tanto en el lugar del fusilamiento como en la casa de Caferatta alrededor de veinte proyectiles, calibre 9 mm. Y veintiséis cápsulas servidas del mismo calibre y de un proyectil de calibre 11,25 mm.

Esa mañana en el lugar donde aparecieron los cadáveres de los siete hombres y de la mujer acribillada que hasta ese momento permanecía en su domicilio apareció un joven de alrededor de 14 años que en un momento determinado se separó de la muchedumbre para acercarse a uno de los cuerpos que se encontraba en la calle Santiago del Estero y se echó a llorar al reconocerlo. El mismo joven reconoció a Germán Gómez de 31 años, obrero portuario que de hecho fue la primera identificación después del asesinato colectivo. También creyó reconocer entre los cuerpos mutilados a un joven de 17 años de nombre Langone (apodo con el que llamaban a uno de los hermanitos Díaz). Dicho muchacho manifestó que los hermanos Díaz contaban con otro hermano que estaba ausente en el momento que se realizó el atentado, lo que habría permitido que salvara su vida.

Esa noche, Carola, una vecina del barrio se acercó hasta la casa de Caferatta, temía encontrar entre las víctimas a alguno de sus hermanos, militantes populares por aquella época. La vio a Gladys, sin vida, también el cuerpo de un joven alto de pelo ondulado, tirado al lado de la heladera. Nunca supo de quién se trataba, ni siquiera los diarios del momento registraron el nombre de esa persona. En concordancia con los dichos de Carola, el hijo de Caferatta conjetura que alguien se refugió en la vivienda de su padre. Imagina que venía escapando, lo agarraron en la casa y se lo llevaron junto con los demás al baldío donde los masacraron. Esta hipótesis explicaría el desplazamiento de la patota desde el barrio Santa Rosa hasta las calles Santiago del Estero y Sánchez, distantes unas treinta cuadras un lugar del otro.

Alrededor de las 11 hs del día siguiente culminó la tarea de recoger los despojos, los que fueron trasladados a la Morgue Judicial de Avellaneda.

Sábado 22 de marzo de 1975

Irma Santa Cruz, luego de constatar que su familia se hallaba bien se dirigió, acompañada por Sibara a la casa de Hugo Sandoval, concejal de la Juventud Peronista para avisarle del hecho y pedirle que se protegiera.

Días antes, la esposa y la hija de Sandoval se habían refugiado en la casa paterna del concejal. Aproximadamente a las tres de la madrugada, en el auto de Sibara, junto a Irma viajaba Sandoval, lo llevaban hasta el barrio Los Generales. Antes de partir, Sandoval había tomado recaudos, llevaba un “fierro gande” y ya fuera del auto caminaba rumbo al lugar donde vivía Dolinsky. Le iba a dar la mala noticia y compartir con el tercer concejal de la Juventud Peronista la angustia que tenía. Los dos emprendieron camino hacia Villa Albertina para encontrarse con Celso Viola, Secretario del bloque de la JP, pero en el trayecto, un patrullero los persiguió. Apresuraron el paso por el barrio Itatí, sin resultados, porque los policías los levantaron a los golpes, cerca del arroyo y los introdujeron en el patrullero. Los llevaron hasta el Pozo de Banfield a fuerza de culatazos y patadas.


La golpiza recrudeció cuando les encontraron los fierros. No hubo credencial de funcionario público que los protegiera. En el Pozo de Banfield pidieron hablar con el comisario Alí. Finalmente consiguieron ser liberados. Retomaron el camino emprendido en búsqueda de Celso Viola. Una vez reunidos los tres fueron a la casa de un pollero, amigo de Celso, que vivía colindando con la plaza de Santa Marta. Él los trasladó en su camioneta hasta el siguiente destino, el barrio San José. Ya de madrugada llegaron Sandoval y Dolinsky. El primero observaba impávido la destrucción y muerte en el departamento de Lencina. En el bar contiguo encontró a Gloria Benítez y a su bebé. Ella estaba lívida, impávida, totalmente bloqueada. La llevó a su casa y durante una semana su esposa la cuidó. En cambio Dolinsky se acercó hasta las calles Sánchez y Santiago del Estero.

Irma y Sibara, luego de dejar a Sandoval en el barrio Los Generales se dirigieron a la casa de González Lozano, presidente del Concejo Deliberante. Muy de madrugada regresaron a la casa de Irma. La esposa de un concejal le hizo compañía el resto de la noche. Ya amanecía cuando Irma fue al descampado donde dinamitaron los cuerpos. Había policías por todos lados, en las esquinas. Vinieron los periodistas a eso de las 7 de la mañana. “Esto fue peor que la Masacre de Trelew “pensó para sus adentros. Guardaba la esperanza de que Flores estuviera vivo, que hubiera podido escapar, pero lo reconoció enseguida, estaba boca abajo, tapado por un diario, era el único más o menos intacto.

También, Francisco Maríncola, ex-concejal del FREJULI junto con González Lozano llegaron hasta el baldío, con dudas más que con certezas, porque hasta ese momento sólo circulaba el rumor de que podían ser los jóvenes de la J.P. que la noche anterior habían sido secuestrados en varios autos.

Lamentablemente se encontraron con un cuadro dantesco del cual les costó desprenderse por muchos años, porque era algo horroroso, que no se entendía, que superaba toda realidad. Algo así como querer destruir más allá de la muerte. Un odio homicida, irracional que no se comprendía.

Todo el perímetro se encontraba vallado por la policía. Aquello era una montaña de restos humanos, pedazos de ropa desperdigados. Maríncola les decía a González Lozano y a Dolinsky que no se apresuraran en emitir conjeturas, aunque intuía que se trataba de Lencina, y el resto de los compañeros, porque entre esos pedazos de tela vio uno marrón, con dibujos oscuros, muy parecido al pantalón que solía llevar Lencina. Aproximadamente a 20 mts de donde se encontraba Maríncola había un bulto cubierto con diarios. Tuvo la mala idea de aproximarse y quitar los diarios. Hizo un gran esfuerzo para resistir tanto horror. Se trataba de Flores, había quedado un poco más entero que el resto, pero de la boca hasta las piernas estaba abierto. Comenzó a tambalearse, casi se cae. Flores era un pibe jovencito, ojitos claros y verlo allí lo paralizó. Benítez era un buen muchacho que luchaba por el barrio, los hermanos Díaz, unos chicos que militaban con Coca.

Maríncola le dijo a González Lozano. “Son ellos porque reconocí a Flores y también el pantalón de Lencina”
Se sentían destruidos, todos querían a Lencina, pero César Dolinsky estaba peor, porque Lencina era su compañero de la J.P. Fue un hecho gravísimo que antecedió al golpe militar, fue su antesala.

Los días sábados por la mañana, como de costumbre, solían reunirse algunos concejales afines, en el despacho del intendente Duhalde. Entre ellos, González Lozano, Infantino. Tomaban mate y charlaban sobre algunos temas municipales. Esa mañana, Infantino subía las escaleras rumbo al despacho de Duhalde cuando vio bajar a González Lozano, consternado, llorando, entonces se enteró de lo sucedido.

Esa madrugada, también uno de los Díaz se acercó hasta el descampado de Sánchez y Santiago del Estero, algunos les decían que no fuera. La verdad es que los recuerdos le llegaban muy borrosos, había pasado toda la noche en vela. Los restos de sus hermanos, amigos y vecinos habían sido llevados a la morgue y devueltos el día sábado a las cuatro o cinco de la tarde. La familia Díaz veló a Alfredo y Eduardo en la propia casa, sobre la calle Monteros y el padre Bernardo hizo un responso.

Al día siguiente, el padre Bernardo acompañó al mayor de los Díaz hasta la clínica donde se hallaba internada la madre de los hermanos Díaz, para darle la noticia, la habían operado el jueves anterior. La señora Díaz nunca pudo recuperarse de la pérdida de sus hijos, se abandonó, avanzó su diabetes y su ceguera, falleció a los dos años, no logró resistir la ausencia.

El mayor de los hermanos Díaz, nunca pudo comentar lo que le había ocurrido, siente que lo destrozaron moralmente y psicológicamente. Fue una forma de matarlo. Desde marzo hasta septiembre de ese año no pudo dormir más de dos horas, se despertaba sobresaltado con espantosas pesadillas. Trataba de trabajar duramente para que le ganara el cansancio y así poder dormir. A lo largo de su vida pasó por muchas situaciones dolorosas, pero nunca como lo ocurrido aquel 21 de marzo de 1975.

La abuela y las tías paternas de Poly Flores se encargaron de reconocer el cuerpo de Héctor Flores, lo velaron en la casa de la abuela, en el barrio Los Pinos de LLavallol. La mamá de Poly, Dora Núñez, no pudo asistir, no la dejaron entrar, pero sí lo hizo otra señora con quien Héctor Flores tuvo una hija en el año 1974. A ella la presentaron como la esposa era amiga de una de las hermanas de Héctor Flores. En cambio los cuatro hijos de Flores y su madre fueron negados y relegados.

Primero, uno de los hermanos de Lencina se acercó hasta el baldío de Sánchez y Santiago del Estero. Con posterioridad, otra hermana de Héctor, apodada Susy junto a su esposo Cacho fueron hasta la morgue de Avellaneda para reconocer el cuerpo.

Ya estaba clareando el día cuando el padre de Rubén Maguna acudió al descampado de Santiago del Estero y Sánchez. Esa tarde. Casi de noche fue a buscar los restos de su hijo a la Morgue de Avellaneda. Allí se encontró con el resto de los familiares de las víctimas. Todos ellos fueron maltratados por parte de las autoridades de la morgue, los obligaron a pararse contra la pared en una actitud intimidatoria. Los familiares de Rubén decidieron enterrarlo en el cementerio de Avellaneda. Actualmente sus cenizas las conservan las hermanas.

Domingo 23 de marzo de 1975


Los restos del Concejal Lencina fueron entregados el sábado 22 de marzo. Tuvieron que enfrentarse al gobernador Calabró para que les restituyeran los cuerpos. Esa noche del día sábado, Héctor fue velado en el Salón de los Pasos Perdidos del Concejo Deliberante y conducido al Cementerio de Lomas, poco antes del mediodía del domingo. Se habían tomado rígidas medidas de seguridad. En el cementerio hizo uso de la palabra un representante de la Juventud Peronista y seguidamente, González Lozano, Presidente del Concejo Deliberante.

Horas antes del entierro, la esposa de Lencina, por una cuestión de seguridad se hallaba refugiada en la casa de unos compañeros en Lanús. Gente del Partido Intransigente y Comunista hicieron la custodia de Coca, porque la Juventud Peronista era objeto de persecución y vigilancia por parte de los servicios. Tito Garcia (Concejal del Partido Intransigente en la APR) y Ramón Morán (Concejal del Partido Comunista en la APR) se responsabilizaron de trasladarla hasta el Concejo Deliberante, donde velaban los restos de Lencina, los acompañaban otros militantes de la Alianza Popular Revolucionaria. Un kilómetro antes de llegar a la casa de Lanús, se quedaron sin nafta. Íban en dos autos y uno de ellos, sin combustible dejó de funcionar, por lo tanto comenzaron a empujar. Al hacerlo, a un grandote que los acompañaba se le cayó el revólver. La gente que lo vio, salió corriendo. Quedaron solos. Llegaron a la casa donde estaba Coca, la subieron al auto y la sentaron entre Tito García y Ramón Morán. Coca llevaba un pañuelo en la cabeza y anteojos negros.

La esposa de Lencina hubiera querido que Héctor fuera velado en la capilla del barrio San José. Aquella capilla del padre Gerardo que funcionaba en un tranvía, pero el Dr Alende (Alianza Popular Revolucionaria) la hizo reflexionar, le dijo: “A vos te están buscando. No hagas que saquemos el cuerpo de Héctor de acá para llevarlo al barrio San José, porque se va a armar otra masacre”. Del mismo modo, Sandoval, Dolinsky, Celso Viola y Clarita de la J.P. coincidían en señalar la peligrosidad de trasladar los restos de Lencina al barrio San José.

Ya, en la Municipalidad de Lomas de Zamora, Coca, García y Morán ingresaron al hall del Concejo Deliberante, donde se hallaba el cajón con los restos de Héctor. Había policías por todos lados. Entonces el comisario lo llamó a Morán y le dijo:” ¿Qué me hizo?”

Le respondió que cumplía con un acto humanitario, que sólo era una actitud personal y así se lo habían pedido

No hubo incidentes. Inmediatamente, después del entierro llevaron a Coca hasta el Parque de Lomas en el coche de Tito García (Partido Intransigente). La hicieron bajar y cambiar de auto.

En un Fiat rojo de Rodolfo Barbeito (Democracia cristiana en la APR) la trasladaron hasta Morón, a la casa de Susy y Cacho, sus cuñados. Alejandro, su hijo la acompañaba. Tenía 3 o 4 años y preguntaba por su padre. Coca trató de explicarle que estaba en el cielo, pero Alejandro la desmintió con el convencimiento de que su padre se había ido a trabajar para construir una nueva casa, ya que la gente mala había destruido la de ellos. Alejandro lloraba y Coca con él.

Durante la dictadura militar, los restos de Héctor Lencina fueron robados y enterrados como NN en una fosa común. Recién en el año 1984, la mamá de Héctor se enteró, juntamente con los compañeros y el resto de los familiares de Lencina. Procedieron a investigar y dieron con un compañero que trabajaba en el cementerio quien tuvo la precaución de pintar el féretro para distinguirlo.

Todos los 21 de marzo, en el cementerio de Lomas se recuerda a las víctimas de la Masacre de Pasco y a los más de cuatrocientos compañeros caídos de Lomas y Alte Brown.


Archivo negro

DESAPARECIDOS EN ALTE BROWN
 LA VERDAD      
 OCULTA

                                                                      Por el Licenciado Juan Carlos Ranieri
El cementerio municipal ha sido durante tres décadas objeto de numerosos rumores con relación a presuntas inhumaciones clandestinas en la última dictadura. Si bien es cierto que estas han existido, jamás desde el gobierno municipal se ofreció una información oficial al pueblo de Almirante Brown, generando que las versiones hayan circulado tantos años sin poderse establecer qué había de verdad en ellas.
Al mismo tiempo, este silencio es doblemente dañino porque tampoco se haya convocado institucionalmente a los vecinos que pudieran prestar su testimonio y colaborar de esa manera, desde el Estado municipal, en la búsqueda de la verdad.
Por otra parte, podemos confirmar en las páginas siguientes que en el ámbito de la Justicia no alcanza con tener jueces probos si las trabas burocráticas y jurisdiccionales se encargan de interrumpir, desviar y demorar las causas judiciales, máxime cuando, además, el poder Legislativo convierte en ley proyectos nefastos, como es el caso de la Obediencia Debida y el Punto Final. Este último ingrediente terminó de dar cuerpo a una fórmula que cerraba todos los caminos hacia la justicia y sólo consagró la impunidad por espacio de casi dos décadas.
Si bien el Estado de facto violó sistemáticamente los Derechos Humanos, no es menos cierto ni menos triste que el Estado de derecho no haya garantizado por tanto tiempo justicia a los argentinos, con evasiones, complicidades y “agachadas” de los tres poderes y en todos los niveles de gobierno, hasta el ámbito municipal, por supuesto.
En este marco, el sendero a transitar en la búsqueda de la verdad se ha visto obstruido reiteradamente.

Exhumaciones en Rafael Calzada
Para recorrerlo, debemos remontarnos al 20 de diciembre de 1983, cuando nuestra democracia apenas superaba su primera semana de vida.
Ese día, el Intendente municipal Félix Flores y el Secretario de Gobierno del municipio, Narciso Vázquez, radicaron una denuncia penal en el Juzgado Federal de Primera Instancia de Lomas de Zamora a cargo del Juez Julio Amancio Piaggio, Secretaría en lo Penal y Correccional del Dr. Rodolfo Marcelo Molina, por presuntas inhumaciones clandestinas en el cementerio municipal y existencia de cuerpos sepultados como NN en la reciente dictadura.
A partir de esta denuncia que inició la causa n° 1679, el Juez procedió de manera inmediata a ordenar la exhumación correspondiente, siendo esta la primera que se realizó en la provincia de Buenos Aires. Como resultado, se extrajeron siete bolsas conteniendo restos humanos, las cuales fueron remitidas por el Magistrado a la Morgue del Cuerpo Médico Forense de la Justicia Nacional con fecha 26 de diciembre de 1983.

 Estas bolsas estaban individualizadas con las siguientes inscripciones: 1°E Z5 S4 (un bulto); 2E Z5 S4 (dos bultos); 4E Z5 S4 (dos bultos) y 7E Z5 S4 (los dos bultos restantes). La codificación Z5 S4 remite a la Zona quinta, Sección cuarta de la necrópolis. Formalmente el Juez solicitaba que se procure establecer la cantidad de personas a las que correspondían esos restos, sexo, medidas, edad, tiempo probable de la muerte, causas que la provocaron y, si se observaban lesiones, modo de producción de las mismas y si ellas fueron factores determinantes de deceso.
Acto seguido, el magistrado solicitó oficialmente al director del cementerio, Héctor Elías Requejo, que remitiera al tribunal el listado (y documentación que lo acredite) de las inhumaciones efectuadas a partir del año 1975 en adelante, correspondientes al tablón n° 41 de la zona y sección mencionadas.
Por respuesta, la dirección del cementerio –que en esos días pasó a estar a cargo de Eduardo González- le comunicó el hallazgo de apenas cuatro actas de inhumación, a saber: Acta 660, de fecha 29 de junio de 1977, acompañada de pedido de inhumación de la Secretaría de Bienestar Social, licencia, ficha y formulario de inhumación del cementerio; acta 657, fechada el 5 de julio de 1977,  acompañada de su ficha de inhumación; acta 655, sin constancia de fecha, acompañada también de ficha de inhumación; acta 752, sin constancia de fecha, acompañada de pedido de inhumación de la Secretaría de Bienestar Social, licencia, ficha y formulario de inhumación del cementerio.
Las cuatro actas, a su vez, están notablemente incompletas en sus datos y registran imprecisiones en los pocos que sí se consignan. La n° 660 se refiere tan solo a un NN masculino de aproximadamente 58 años de edad; la n° 752 habla de un NN masculino sin más datos; la n° 657 remite a un NN masculino cuya edad estima en 55 años y señala el lugar de deceso en Alcorta y San Martín, Claypole; la n° 655, por último, se refiere a un NN masculino de 45 años aproximadamente, fallecido en Bouchard y San Juan, barrio San José, y aclara, además, en la “vía pública”.


Así, los restos hallados quedaron en sus siete bolsas en depósito de aquella morgue judicial, y el juez con muy escasos datos en la causa. A esta altura nos encontramos en marzo de 1984.
En junio de 1985, el Ministro del Interior de la Nación, Antonio Tróccoli, envió una comunicación en cadena a todos los Intendentes solicitando que se completaran y remitieran a su cartera ciertos formularios que requerían información sobre sepulturas registradas como NN. El Intendente Flores le responde poniéndolo al tanto de la causa judicial, y este hecho animó la inquietud sobre el tema en el  Concejo Deliberante.
Con fecha 24 de julio de 1985, ese cuerpo sanciona la Minuta de Comunicación N° 67, solicitando al Departamento Ejecutivo los datos disponibles con relación a los NN hallados y, también,  información sobre el estado procesal de la causa, pero requiere saber, además, si en el marco de la misma han prestado testimonio empleados del cementerio y demás funcionarios del Departamento Ejecutivo.
Semanas más tarde, el 16 de septiembre de 1985, la Dirección de Asuntos Legales emite una respuesta expresando que al requerir información sobre el estado de la causa, se ha establecido que la misma, por  cuestiones de competencia, había pasado a los tribunales de la Provincia, radicada ante el Juzgado en lo Penal N° 3, Secretaría N° 5, del Departamento Judicial de Lomas de Zamora, en la calle Talcahuano 278 de Banfield. Pese a esto, el Juez   interviniente declaró  su incompetencia y pasó las actuaciones al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas con fecha 11 de septiembre de 1985, es decir, apenas unos días antes de emitir esta respuesta Asuntos Legales. A partir de aquí, las sorpresas no tendrán límite.
La Ley de Punto Final y la posterior incorporación de la Obediencia Debida dieron el marco, como quedó dicho, para consagrar la impunidad, y el poder judicial actuó en consecuencia. Insólitamente y sin previo aviso, la Asesoría Pericial de la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires  dispuso remitir los restos al municipio, dejándolos, aunque parezca mentira, en el propio despacho del Intendente.
Frente a esto, Félix Flores arbitró los medios para dar destino a estas siete bolsas que,  mientras tanto, fueron depositadas en estantes de la dirección del cementerio durante varias semanas.
Con fecha 2 de diciembre de 1987, a escasos siete días de finalizar su mandato, el Intendente firma la Resolución N° 171, disponiendo  el depósito de los restos en el sepulcro construido  a ese solo fin en el patio mayor del cementerio municipal.

Desde entonces hubo un largo silencio, tanto de parte de la justicia como del poder político, hasta que en junio de 2005 la Corte Suprema de Justicia de la Nación declaró inconstitucionales las leyes de Punto Final y Obediencia debida, derogándolas enseguida el Poder Legislativo por medio de la Ley N° 25.990.
En noviembre de 2006, el juez Horacio Rolando Cattani, de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal dispuso el retiro de los restos del panteón donde estaban depositados por  integrantes del Equipo Argentino de Antropología Forense.
Pasado el mediodía del 15 de diciembre de 2006, exactamente tras 19 años de espera en aquel sepulcro, se cumplió esta orden judicial. Las mismas siete bolsas de plástico blanco, tramado tipo rafia, con las mismas inscripciones, fueron retiradas por los antropólogos bajo acta, con otras seis bolsas del mismo material conteniendo ropa en apariencia y algo también de ropa suelta.
Desde entonces, la única novedad de la que tenemos constancia es la identificación de los restos correspondientes a Marta Ester Scotto y Sergio Natalio Yovovich en el año 2009, tal como se menciona en este informe.

Hasta aquí, podemos certificar todo lo expuesto sobre el silenciado tema del cementerio municipal de Almirante Brown. Si bien no hemos logrado acceder a las novedades que pudieron surgir desde entonces, conocemos que existen y confiamos en hacerlo más adelante.